AÑO

Montserrat 28 de diciembre de 2014

SOBRE LA OBRA

Acrílico de 100×100 cm.

EN LA FLOR DE LA VIDA

Poca luz le va quedando. La oscuridad empieza a ganar la batalla, o eso parece porque se va apropiando de toda la superficie (del lienzo) de su vida.

Pero ella no se amedrenta, a estas alturas ya no se deja, todavía tiene mucho que hacer y más que contar y enseñarnos.

Te clava su mirada, te mira bien, ya nadie le puede hacer daño, o eso cree, una simple mirada y sabe de qué pie cojeas, esa experiencia vale su peso en oro.

Nos desnuda. Ella solo puede enseñarte las verdades de este paso. No baja la mirada, ni la levanta, no tiene miedo, sabe que eso no conduce a nada, solo esconde disimuladamente, todo ese cansancio acumulado que los años le dejaron. Aún tiene ganas de más, mira su leve sonrisa. Es guerrera.

Quizás esa mirada ya no sea limpia, ni nítida, pero sigue siendo fresca. Cada vez le cuesta más, seguro, pero aún tiene fuerza, mucha más fuerza de la que sus envejecidos músculos le proporcionan.

Esos ojos, aprendieron y nunca dejaron de contemplar y analizar todo lo que le aconteció.

Pronto desapareció su inocencia, la hicieron crecer quizás demasiado rápido, descubrió sin pedirlo la ira, el miedo, incluso en demasiadas ocasiones el pánico. Se llenó de sollozos, tristes, amargos… Pero aprendió también a disfrutar, a sacar el jugo vital que nos mantiene y alimenta.

Más de una alegría, muchas risas y carcajadas, muchas más de las que pudo, en algún momento de su vida imaginar.

Ella sufrió y sigue sufriendo, ella aprendió y sigue aprendiendo, sigue transitando su  camino, cada día, anda, avanza, todos los días, pocas veces pudo mirar atrás. Lo importante siempre está delante, siempre le ha ocupado todo su tiempo y será lo que seguirá haciendo mientras el cuerpo aguante.

Sabe que no queda mucho, a veces piensa que muy poco,  que el camino llegara pronto a su fin, cada curva que toma, cada curva que recorre, se plantea si será la última, si quedará más camino. Es ley de vida, pero no se agobia. La zona iluminada de su rostro, muestra todos los avatares, todos esos surcos, diferentes en color y profundidad, dolorosos o alegres. Es la historia del sendero, las marcas grandes y pequeñas de ese largo y tortuoso camino, ese, a veces nada claro, a veces desesperante, a veces incluso ideal.