AÑO

Montserrat 30 de abril de 2013

SOBRE LA OBRA

Acrílico sobre tabla
50×50 cm

EL ABUELO

De mis dos abuelos, al paterno no lo conocí, de él, solo se lo que me contaron, muy poco. La ley de vida marco que falleciese de un ataque al corazón muchos años antes de que yo apareciese por este mundo. No hay más.

A mi abuelo materno si lo conocí, aunque tampoco puedo decir que lo disfrutara mucho. Era bastante pequeño cuando faltó. Aun así, reconozco que me marco en muchas de las cosas que le escuche (pese a mi corta edad) para el resto de mi vida.

Una vez, no se a cuento de que, ni sé muy bien porque, aunque lo recuerdo como si fuese ahora cuando lo escuchase, me dijo: los pobres somos honrados y decentes, ¿y sabes porque debemos ser honrados y decentes? porque es lo único que tenemos, lo único que poseemos, y si eso que tenemos, eso que nos pertenece, no lo cuidamos y lo perdemos, si dejamos que nos lo quiten, ya no nos queda nada. Y entonces ya no somos nada.

En aquel momento seguro que no sabía de qué me hablaba, ni siquiera hoy encuentro justificación al hecho de recordarlo con esta nitidez.

Solo sé que hoy, después de mucha vida recorrida, lo comparto y me identifico con cada una de sus palabras.

La composición de esta tabla, está dominada por la supremacía icónica de la imagen del abuelo, esa imagen conceptual de especie a proteger, de ser respetado, reconozco que resulta un tanto icónica, es el homenaje a los abuelos del mundo, todas esas personas cargadas de sabiduría y experiencia adquirida a lo largo de los años, de los sufrimientos, esa tranquilidad transmitida, a estas alturas, nada le sorprende, esa esencia, es lo que motiva la escena.

La paleta monocromática pobre como él y el mundo que le rodeaba, va del blanco al negro, pasando únicamente por algunos grises puros, busco ahondar y remarcar esa imagen de esencia digna, seria, correcta, honrada…. la esencia de esas personas forjadas a sí mismas en verdaderos valores, valores imperturbables, inamovibles pese al peso de la necesidad, bajo ningún concepto, esas personas serias y de bien, en las que tras un apretón de manos, la palabra dada era inamovible.